domingo, abril 17, 2011

Cuentos Perdedores

Estos cuatro cuentos sobre el vino perdieron el concurso para el que fueron escritos, pero ganaron un lugar en el blog




Mancha
Fregué intensamente la mancha roja del zapato, mientras lo hacía mi boca reprodujo el sabor de aquel vino espeso que se derramó de mi copa y cayó sobre mis pies en el momento de tu beso. Muerto el amor, no entendí su pertinaz decisión de quedarse en su sitio.
Incomprensión
Los gritos del jefe inundaron mi oficina, la copa de vino sobre mi escritorio lo sacó de quicio, intenté explicarle, lo del sabor, su magia, el efecto balsámico, los sabores frutados, los aromas concentrados en la nariz, no hubo caso, ya  estaba despedido.
Amnesia
Sabía de antemano que mi respuesta a su pregunta debía ser, no. Sin embargo la pregunta nunca se realizó, sólo hubo insinuaciones y roces sensuales. Lo último que recuerdo de aquella noche, es su dedo mojándose en el vino y acariciando mis labios. Todo lo demás es amnesia.
Decepción
La sangre brotó impertinente, bajó por mi orificio nasal y cayó en la copa de agua .Se diluyó  lentamente. Nadie lo notó, hasta que tu boca roja se la bebió de un trago .Te serviste vino otra vez, decepcionada dejaste  la copa por la mitad.

miércoles, febrero 24, 2010

Serie- Cuentos del camino.Por MK

Pastelitos
La casa de Cerrito era enorme. Claro, todo tiene una explicación. Originalmente habían sido dos casas. Cuando la familia de adelante se fue, la dueña le dio permiso a mi papá para que abriera una puerta en el pasillo del medio y así poder comunicar una con otra. De ese modo, vivíamos en una casa con dos baños, varios cuartos y hasta dos cocinas. Esto hacía que fuera el lugar de encuentro para toda la parentela y amigos de mis viejos.
Se armaba una larga mesa para los adultos y por supuesto la otra para los chicos. Las mujeres atendían a los hijos, todos de menos de diez años, preparaban ensaladas, postres, ponían la mesa y los hombres alrededor de la parrilla, hablando de sus trabajos, asando el almuerzo para dejarnos a todos contentos.
Era maravillosa la hora de la picada. Me encantaba el aroma del Gancia con limón que tomaban antes del almuerzo. A nosotros nos daban seguramente alguna gaseosa de moda en la época, los domingos había papas fritas y aceitunas.
Los chicos jugábamos desde el patio del fondo a la calle. Mi papá dejaba abierto el portón de altas celosías que nos mantenía adentro y nos permitían salir al jardín hasta a los más chicos. Los domingos eran de fiesta corrida siempre.
Ese día en particular, estaba mi tía Mabel, el tío Enrique, La tía Laura y el tío Salvador, mis primos, y la prima de mi papá, Lili, con su esposo Jesús y sus dos hijas Liliana y Mirta. También había venido un amigo de la familia con sus dos hijos varones. Alberto el mayor, que murió ahogado en Mar del Plata un verano, y Fernando, un mocoso maleducado que comía hasta vomitar.
Lili era una mujer alta, gorda, que lucía la sonrisa más bella que vi en mi vida. La boca ancha pintada siempre de rojo. Yo en mi primerísima infancia ya la notaba una femme fatal, con sus manos de uñas carmín, su pelo negro, aún teniendo los kilos que tenía de más, era una mujer absolutamente sensual.. Y yo la adoraba. Para mí era la tía Lili.
Ese domingo, después de almorzar, se preparaba para amasar pastelitos de membrillo.
Fernando, el mocoso, no hizo más que desmanes durante el almuerzo, y antes, y después.
Y yo la veía a Lili mirarlo como elucubrando el modo de comerlo crudo.
_ ¡Llegaron los pastelitosssssss !, no sean glotones, uno para cada uno. Si lo comen entero, después les traigo más. _
En ese momento de la tarde desaparece el mocoso, pero nadie se dio cuenta, hasta que se escucha una pequeña discusión que venía desde el comedor. Aparece tía Lili con Fernandito de la mano, la boca llena de comida, la cara empapada en llanto y tratando de esconder la vergüenza que sabía se avecinaba.
Sucedió que Lili había rellenado algunos pastelitos con algodón, para hacer una broma a los hombres, pero el susodicho acabó con el chiste, desmembrando uno por uno los seis que estaban en una fuente aparte, y arruinando la tarde de algunos grandes.
En cambio los chicos, no tuvimos piedad con Fernando, y conseguimos lo que nadie consiguió jamás, hacer que parara de engullir como bestia al menos por una tarde.

martes, febrero 23, 2010

Serie cuentos del camino-Por MK

CHICHARRONES

Mi abuela Victoria tuvo 7 hijos. 23 nietos vivos. 2 nietos varones muertos al nacer. Una hija muerta al parir. Un aljibe en el patio de ladrillos. Una cocina económica. Un inquilino en la piecita del fondo. Una pensión de señoritas en la piecita de costado. Un analfabetismo que se llevó a la tumba. Y varias nietas y bisnietas que guardan su nombre.

A una cuadra de su casa, el parque, con sus dos puentecitos, uno de material y el otro de hierro. El laguito manchado de pequeños islotes inaccesibles. Altas palmeras. Las vacaciones de verano no habrían tenido sentido si no hubiera existido este escenario de mi infancia en el pueblo.

Meses enteros escapando de la siesta con unas temperaturas que hacían que hasta las gallinas se durmieran con el pico abierto. Comíamos Biznikke Nevado con los pies metidos en el agua, la cola embarrada de sentarnos en la orillita y sucios de pasto hasta las orejas.

A veces nos llevaba de Pehuajó a Nueva Plata la tía Felisa, y nos dejaba jugar en la cuadra de su panadería. Aún hoy llevo el olor del pan horneado de madrugada. Muchas veces sin que nos viera, nos metíamos en su cocina sin luz eléctrica y nos quedábamos mudos mirando las luces de las lámparas a querosene que alargaban las sombras sobre las sillas de paja.. eran fantasmas bondadosos que nos invitaban a volver a la cama.

Estando en Buenos Aires, una mañana el teléfono nos hizo subir a todos al Mercedito de papá. Siempre éramos siete porque viajaban con nosotros, como un apéndice de la familia, la tía Laura, el tío Salvador ( hermano de mi viejo ) y su única hija Elsa. Yo pensé con mis ocho añitos.. fiesta en casa de la abuela Victoria. No parecía tal cosa al ver las caras de los mayores, pero como siempre estaban apurados.. Yo no veía la hora de parar en la ruta a robar choclos de algún campo.. Vería a mis primos.. comeríamos torta de chicarrones que nos hacía la abuela.

Llegamos al pueblo y nos recibió un frío de muerte.

Doblamos por González del Solar y al llegar al 920, vi con absoluta sorpresa que ya había comenzado el velatorio de mi abuelita amada, y al mirar al asiento delantero, vi a mi papá llorando sobre los brazos cruzados encima del volante. Nunca olvidaré esa imagen. La espalda de mi padre doblada por el dolor de la pérdida de su madre.

Hace días que estoy doblada y no lo digo. No quiero abrumar ni aburrir ni contagiar. Extraño los chicharrones de mi mamá.

domingo, febrero 21, 2010

Serie- Cuentos del camino .Por MK

 
Zapatos de taco
Mis primeros zapatos de taco los estrené para un cumple de una amiga que tenía como 5 años más que yo y la siguiente vez fue para ir a La Boca a una muestra de pinturas en una escuela donde mi tío Enrique, era profesor en Bellas Artes.
Yo lo adoraba y lo admiraba. Siempre nos traía caramelos de Los Mandarines. Latas de tostaditas Canale. Él vivía con su familia en San Telmo, a la vuelta del Parque Lezama. En la esquina de Garay y Defensa estaba el mercado.
Me recuerdo con mi hermano y mi prima, agachados, caja de fósforos vacía en mano, esperando ver un alacrán para llevarlo de souvenir.
Cuando por fin encontrábamos alguno, lo guardábamos en la cajita y lo llevábamos al departamento. Las madres nos gritaban al borde del llanto cuando vaciábamos el caro contenido de la 222 patitos sobre la mesa...
Pero una tarde el tío nos hizo ir bien vestidos para llevarnos a una exposición de pinturas en una escuela en la que daba clases.
Mi hermano Julio César (Julito), mi prima Mabel (Mabelita), mi primito Alejandro
 (Alecito) y yo Patricia, todos prolijitos, peinaditos y con los zapatos lustrados fuimos en el Mercedes de mi papá. (Una hormiga negra, taxi de Capital, modelo 1955...)
Recuerdo la entrada del edificio, ancha, muy ancha, con las puertas tijera, las veredas del barrio, altas con los escaloncitos tradicionales, los colores indiscretos de las paredes, y enfrente el riachuelo, oscuro, denso, parece un estanque de aceite quemado.
Cuando sus alumnos vieron entrar al profesor Lagreca al hall de la escuela, se acercaron con sumo respeto a darle la bienvenida. Nosotros, un séquito de enanos, lo seguíamos silenciosos, mandíbula colgando.. nunca lo habíamos visto en ese rol.
Nos dio un tour por los contornos del patio de la escuela, tapizados de pinturas de diferentes estilos, hasta que se detuvo a saludar a un señor mayor, que en apariencia era un abuelito del barrio, pero que luego, a la hora de la cena supimos, era un artista plástico de renombre mundial.
En realidad nada de eso nos interesaba. Fuimos obligados y queríamos salir lo antes posible de ese aburrido compromiso.
No supe, sino hasta pasados algunos años, que el abuelito aquel, de gesto tierno, que me tomó las manos como saludando a un adulto, y de mirada aguada, era Don Benito.
La escuela se llamaba Pedro de Mendoza. Actualmente funciona allí un museo.
El museo se llama Benito Quinquela Martín.

domingo, enero 31, 2010

El abrazo


Paloma se acercó seria, muy seria, demasiado seria para su corta edad. Sus ojos me contaron de antemano que algo grave le estaba pasando.
Me miró y me dijo _Papá, ¿Podemos hablar? _Si mi amor _ contesté.
Su pequeña mano cogió a la mía y me arrastró hasta el living, cerró la puerta como para asegurar que la conversación sería privada. Se sentó en el sillón y me hizo señas para que me sentara a su lado. A esa altura sus ojitos estaban vidriosos, miraban fijos a los míos, como para escrutar en mi interior
_Anoche te vi poniendo dinero debajo de la almohada de Fernanda y llevándote el diente que se le cayó, ¿eso quiere decir que el ratoncito Pérez no existe no? Su mano apretaba la mía con una fuerza proporcional a su sufrimiento.
_ ¿Quieres la verdad, no es cierto?_ pregunté, a lo que ella asintió con la cabeza.
_Tienes razón, no existe _dije
Las lágrimas comenzaron a caer incontenibles, y entre sollozos volvió a preguntar, _ ¿Entonces Papá Noel y los Reyes, tampoco?_esta vez el que asintió con la cabeza fui yo, entonces el llanto fue descontrolado. Nos abrazamos y lloró largo rato.
Cuando se hubo calmado, me pidió permiso para dormir con su hermana, por supuesto accedí.
Al verla la abrazó con fuerza, Fernanda, unos tres años menor, no entendió pero encantada de semejante demostración de afecto le devolvió el abrazo. Y así se durmieron las dos, abrazadas.
A la mañana siguiente me contó sin que le preguntara, que era mejor ir abrazando a Fernanda desde ahora, así cuando se enterara de su secreto el  dolor iba a ser menor.

lunes, diciembre 07, 2009

Noventa y cinco



Para Gabriel, esto de escribir contratos, era un verdadero incordio. Jorge, su jefe se lo había encargado con carácter de urgente, y la abogada había alegado exceso de trabajo.
Conclusión, estaba él al final del día, redactando las formalidades de un contrato para el cual no tenía ni conocimientos, ni vocación pero sí responsabilidades.
Así pues su final de jornada lo encontraba rebuscando entre significados de términos jurídicos, diccionarios y pólizas de seguros algo que fuera lo suficientemente comprensible para que el cliente pudiera firmar al día siguiente.
Agradeció a Internet la presencia del diccionario en línea de términos jurídicos y el de la Real Academia de la Lengua, de esa manera ante cada duda tenía una respuesta instantánea. Consultaba hasta las dudas más triviales ya que a esa hora del día las equivocaciones suelen multiplicarse.
Repasó todo, cuando creyó que el contrato estaba terminado, ejecutó la corrección automática del ordenador, y ahí fue cuando la palabra noventaicinco quedó subrayada de rojo. Volvió con ella al diccionario, el que paradójicamente, no arrojó ningún resultado.
Así que recurrió al buscador, tecleó la bendita palabra. Aparecieron, como siempre un sinfín de páginas que incluían la palabra noventaicinco. Abrió la primera de la lista, un blog de poesía llamado Cien Besos, este blog estaba estructurado de forma que cada poema tenía el nombre del beso respectivo, por lo tanto, se abrió en el
Beso Noventaicinco
Optimista en tus labios
Frágil en tu mejilla
Hirviente en tu cuello
Cortés en tu mano
Curioso en tu vientre
Mi beso tiene personalidad múltiple

Gabriel quedó maravillado, el poema le pareció hermoso, lo imprimió y se lo guardó.
Pese a esa distracción, encontró la manera correcta de escribir el número. Su trabajo estaba terminado.
De vuelta a su casa reparó en una serie de hechos, a saber: él no era el que tenía hacer el contrato, debía redactarlo la abogada. Por otra parte esa cifra no era la inicialmente acordada, con lo cual no había motivos para que se topase con el poema.
Estaba claro, el poema lo había elegido como destinatario.
Lo susurró al oído de su novia, quien extasiada le regaló un besos de esos que bajan la guardia, un beso de esos de darse las gracias.

domingo, noviembre 29, 2009

El anteúltimo cielo


Juan Vidal (alias juanito) era lo que se dice un verdadero psicópata. Era el amo y señor de la quinta planta de la central de policía en tiempos de la dictadura.
A aquella planta se la llamaba, el anteúltimo cielo por que desde allí, seguro se iba al infierno, o al cielo definitivo.
Era una mazmorra medieval, tenía tapiadas las ventanas que daban a la calle, estaba compuesta por una sucesión de cuartuchos oscuros y sucios a los que no llegaba la luz del sol. Estos a su vez desembocaban a un pasillo en donde los ventanales que daban al patio interior de la central, estaban cubiertos por gruesas cortinas.
La noche del viernes veinticuatro de noviembre a las veinte horas la quinta planta estaba prácticamente vacía, salvo por Vidal y una presa que le acaban de confiar.
La presa estaba encapuchada, y esposada al camastro metálico, estaba sucia y semidesnuda.
Conocedor de los códigos, Vidal sabía que si estaba encapuchada no estaba condenada y por lo tanto el “sufrimiento a impartir tenía un límite”.
Pensó en esa frase que alguna vez había leído en un manual de procedimientos, y le causó gracia.
Juanito aprendió a torturar lacerando su propio cuerpo, sabía exactamente lo que producía una picana eléctrica en los testículos, en el ano en el pene. Sabía lo que era apagar un cigarrillo en un pezón o arrancarse las uñas con una tenaza, había sentido a la sal y al limón penetrar en el corte de una navaja.
Ningún dolor le era ajeno, su cuerpo lleno de cicatrices así lo atestiguaba, a veces se sometía al mismo tratamiento que sus víctimas, incluso a la par con el sólo objetivo de tener la medida exacta del sufrimiento.
Trabaja solo, nadie soportaba su compañía ni él tampoco soportaba a nadie. Se diría que lo suyo era un ritual íntimo, en donde él también purificaba sus pecados a través del sufrimiento. Su dedicación era casi tan absoluta como su soledad, alguna vez hubo mujer e hijos pero ya no .Había emprendido un camino sin retorno.
Así fue como fiel a sus costumbres mojó a al víctima con agua helada y se dispuso a comenzar.
De a poco le fue quitando la poca ropa que llevaba y a su vez se fue desnudando él.
La víctima permanecía en silencio no se atrevía a pronunciar palabra ni a emitir quejido , sabía que cualquier demostración de sentimientos enardecía a sus captores, no era la primera vez que pasaba por esto, hacía unos quince días que la habían llevado allí. En todo este tiempo nada había dicho, pero por una sencilla razón, nada sabía.
No había motivos para que estuviese allí, lo repetía cada vez que podía, pero nadie le hacía caso, hasta que al final había optado por callar, por no hablar más.
Por eso es que los interrogatorios eran cada vez más violentos, más terribles Sólo hablaba cuando el dolor la enloquecía, confiaba sin tener motivos para ello, que la rescatarían, que alguien en algún momento descubriría el error que estaban cometiendo con ella.
Durante la primera hora no hubo preguntas, la electricidad arqueaba el cuerpo de la muchacha de manera periódica, hasta el punto que comenzaron las convulsiones y los vómitos.
Los líquidos se acumularon en la capucha y comenzaron a ahogarla, Vidal se vio obligado a aflojar cordón que estaba anudado al cuello para que el vómito cayera y él pudiera seguir trabajando.
Aprovechó el descanso para comenzar el interrogatorio, mediante un micrófono que procesaba la voz y la distorsionaba haciéndola más gutural.
_Hable compañera, la escuchamos.
La muchacha comenzó a contar a gritos su historia de siempre, pero Vidal no la dejó terminar, comenzó a quebrarle los dedos de las manos a martillazos y a arrancarle las uñas.
Increíblemente la víctima aullaba de dolor, pero seguía repitiendo la misma historia pero ya de una manera ininteligible.
Antes de comenzar de nuevo Vidal se volvió a dirigir nuevamente hacia la muchacha.
_¿ Y Compañera ,para cuando?
Esto era diferente a todo que había experimentado jamás, estaba atontada, perdía la conciencia , y la recuperaba a golpes de agua fría, cuando de pronto comenzó a sentir que su interior se desgarraba y que lo estaba por expulsar por la boca .
Vidal vio como los vómitos la iban a matar antes e tiempo, así que decidió saltarse el protocolo y sacarle la capucha aún a riesgo de que alguna vez pudiera identificarlo
No debió hacerlo nunca, hay cosas que ni siquiera los tipos como él deben ver.
Salió disparado de la habitación como si hubiera visto al mismo demonio, fue resbalando por el piso mojado hasta estrellarse contra el ventanal para caer luego hacia el patio .Cayo enroscado entre las cortinas y dio contra un tolde de la planta baja, quedó cuadriplégico a causa de los golpes, la muchacha tuvo mejor suerte murió dos minutos después de que su padre saltara por la ventana.