domingo, febrero 21, 2010

Serie- Cuentos del camino .Por MK

 
Zapatos de taco
Mis primeros zapatos de taco los estrené para un cumple de una amiga que tenía como 5 años más que yo y la siguiente vez fue para ir a La Boca a una muestra de pinturas en una escuela donde mi tío Enrique, era profesor en Bellas Artes.
Yo lo adoraba y lo admiraba. Siempre nos traía caramelos de Los Mandarines. Latas de tostaditas Canale. Él vivía con su familia en San Telmo, a la vuelta del Parque Lezama. En la esquina de Garay y Defensa estaba el mercado.
Me recuerdo con mi hermano y mi prima, agachados, caja de fósforos vacía en mano, esperando ver un alacrán para llevarlo de souvenir.
Cuando por fin encontrábamos alguno, lo guardábamos en la cajita y lo llevábamos al departamento. Las madres nos gritaban al borde del llanto cuando vaciábamos el caro contenido de la 222 patitos sobre la mesa...
Pero una tarde el tío nos hizo ir bien vestidos para llevarnos a una exposición de pinturas en una escuela en la que daba clases.
Mi hermano Julio César (Julito), mi prima Mabel (Mabelita), mi primito Alejandro
 (Alecito) y yo Patricia, todos prolijitos, peinaditos y con los zapatos lustrados fuimos en el Mercedes de mi papá. (Una hormiga negra, taxi de Capital, modelo 1955...)
Recuerdo la entrada del edificio, ancha, muy ancha, con las puertas tijera, las veredas del barrio, altas con los escaloncitos tradicionales, los colores indiscretos de las paredes, y enfrente el riachuelo, oscuro, denso, parece un estanque de aceite quemado.
Cuando sus alumnos vieron entrar al profesor Lagreca al hall de la escuela, se acercaron con sumo respeto a darle la bienvenida. Nosotros, un séquito de enanos, lo seguíamos silenciosos, mandíbula colgando.. nunca lo habíamos visto en ese rol.
Nos dio un tour por los contornos del patio de la escuela, tapizados de pinturas de diferentes estilos, hasta que se detuvo a saludar a un señor mayor, que en apariencia era un abuelito del barrio, pero que luego, a la hora de la cena supimos, era un artista plástico de renombre mundial.
En realidad nada de eso nos interesaba. Fuimos obligados y queríamos salir lo antes posible de ese aburrido compromiso.
No supe, sino hasta pasados algunos años, que el abuelito aquel, de gesto tierno, que me tomó las manos como saludando a un adulto, y de mirada aguada, era Don Benito.
La escuela se llamaba Pedro de Mendoza. Actualmente funciona allí un museo.
El museo se llama Benito Quinquela Martín.

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