Pastelitos
La casa de Cerrito era enorme. Claro, todo tiene una explicación. Originalmente habían sido dos casas. Cuando la familia de adelante se fue, la dueña le dio permiso a mi papá para que abriera una puerta en el pasillo del medio y así poder comunicar una con otra. De ese modo, vivíamos en una casa con dos baños, varios cuartos y hasta dos cocinas. Esto hacía que fuera el lugar de encuentro para toda la parentela y amigos de mis viejos.
Se armaba una larga mesa para los adultos y por supuesto la otra para los chicos. Las mujeres atendían a los hijos, todos de menos de diez años, preparaban ensaladas, postres, ponían la mesa y los hombres alrededor de la parrilla, hablando de sus trabajos, asando el almuerzo para dejarnos a todos contentos.
Era maravillosa la hora de la picada. Me encantaba el aroma del Gancia con limón que tomaban antes del almuerzo. A nosotros nos daban seguramente alguna gaseosa de moda en la época, los domingos había papas fritas y aceitunas.
Los chicos jugábamos desde el patio del fondo a la calle. Mi papá dejaba abierto el portón de altas celosías que nos mantenía adentro y nos permitían salir al jardín hasta a los más chicos. Los domingos eran de fiesta corrida siempre.
Ese día en particular, estaba mi tía Mabel, el tío Enrique, La tía Laura y el tío Salvador, mis primos, y la prima de mi papá, Lili, con su esposo Jesús y sus dos hijas Liliana y Mirta. También había venido un amigo de la familia con sus dos hijos varones. Alberto el mayor, que murió ahogado en Mar del Plata un verano, y Fernando, un mocoso maleducado que comía hasta vomitar.
Lili era una mujer alta, gorda, que lucía la sonrisa más bella que vi en mi vida. La boca ancha pintada siempre de rojo. Yo en mi primerísima infancia ya la notaba una femme fatal, con sus manos de uñas carmín, su pelo negro, aún teniendo los kilos que tenía de más, era una mujer absolutamente sensual.. Y yo la adoraba. Para mí era la tía Lili.
Ese domingo, después de almorzar, se preparaba para amasar pastelitos de membrillo.
Fernando, el mocoso, no hizo más que desmanes durante el almuerzo, y antes, y después.
Y yo la veía a Lili mirarlo como elucubrando el modo de comerlo crudo.
_ ¡Llegaron los pastelitosssssss !, no sean glotones, uno para cada uno. Si lo comen entero, después les traigo más. _
En ese momento de la tarde desaparece el mocoso, pero nadie se dio cuenta, hasta que se escucha una pequeña discusión que venía desde el comedor. Aparece tía Lili con Fernandito de la mano, la boca llena de comida, la cara empapada en llanto y tratando de esconder la vergüenza que sabía se avecinaba.
Sucedió que Lili había rellenado algunos pastelitos con algodón, para hacer una broma a los hombres, pero el susodicho acabó con el chiste, desmembrando uno por uno los seis que estaban en una fuente aparte, y arruinando la tarde de algunos grandes.
En cambio los chicos, no tuvimos piedad con Fernando, y conseguimos lo que nadie consiguió jamás, hacer que parara de engullir como bestia al menos por una tarde.
miércoles, febrero 24, 2010
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