lunes, diciembre 07, 2009

Noventa y cinco



Para Gabriel, esto de escribir contratos, era un verdadero incordio. Jorge, su jefe se lo había encargado con carácter de urgente, y la abogada había alegado exceso de trabajo.
Conclusión, estaba él al final del día, redactando las formalidades de un contrato para el cual no tenía ni conocimientos, ni vocación pero sí responsabilidades.
Así pues su final de jornada lo encontraba rebuscando entre significados de términos jurídicos, diccionarios y pólizas de seguros algo que fuera lo suficientemente comprensible para que el cliente pudiera firmar al día siguiente.
Agradeció a Internet la presencia del diccionario en línea de términos jurídicos y el de la Real Academia de la Lengua, de esa manera ante cada duda tenía una respuesta instantánea. Consultaba hasta las dudas más triviales ya que a esa hora del día las equivocaciones suelen multiplicarse.
Repasó todo, cuando creyó que el contrato estaba terminado, ejecutó la corrección automática del ordenador, y ahí fue cuando la palabra noventaicinco quedó subrayada de rojo. Volvió con ella al diccionario, el que paradójicamente, no arrojó ningún resultado.
Así que recurrió al buscador, tecleó la bendita palabra. Aparecieron, como siempre un sinfín de páginas que incluían la palabra noventaicinco. Abrió la primera de la lista, un blog de poesía llamado Cien Besos, este blog estaba estructurado de forma que cada poema tenía el nombre del beso respectivo, por lo tanto, se abrió en el
Beso Noventaicinco
Optimista en tus labios
Frágil en tu mejilla
Hirviente en tu cuello
Cortés en tu mano
Curioso en tu vientre
Mi beso tiene personalidad múltiple

Gabriel quedó maravillado, el poema le pareció hermoso, lo imprimió y se lo guardó.
Pese a esa distracción, encontró la manera correcta de escribir el número. Su trabajo estaba terminado.
De vuelta a su casa reparó en una serie de hechos, a saber: él no era el que tenía hacer el contrato, debía redactarlo la abogada. Por otra parte esa cifra no era la inicialmente acordada, con lo cual no había motivos para que se topase con el poema.
Estaba claro, el poema lo había elegido como destinatario.
Lo susurró al oído de su novia, quien extasiada le regaló un besos de esos que bajan la guardia, un beso de esos de darse las gracias.

domingo, noviembre 29, 2009

El anteúltimo cielo


Juan Vidal (alias juanito) era lo que se dice un verdadero psicópata. Era el amo y señor de la quinta planta de la central de policía en tiempos de la dictadura.
A aquella planta se la llamaba, el anteúltimo cielo por que desde allí, seguro se iba al infierno, o al cielo definitivo.
Era una mazmorra medieval, tenía tapiadas las ventanas que daban a la calle, estaba compuesta por una sucesión de cuartuchos oscuros y sucios a los que no llegaba la luz del sol. Estos a su vez desembocaban a un pasillo en donde los ventanales que daban al patio interior de la central, estaban cubiertos por gruesas cortinas.
La noche del viernes veinticuatro de noviembre a las veinte horas la quinta planta estaba prácticamente vacía, salvo por Vidal y una presa que le acaban de confiar.
La presa estaba encapuchada, y esposada al camastro metálico, estaba sucia y semidesnuda.
Conocedor de los códigos, Vidal sabía que si estaba encapuchada no estaba condenada y por lo tanto el “sufrimiento a impartir tenía un límite”.
Pensó en esa frase que alguna vez había leído en un manual de procedimientos, y le causó gracia.
Juanito aprendió a torturar lacerando su propio cuerpo, sabía exactamente lo que producía una picana eléctrica en los testículos, en el ano en el pene. Sabía lo que era apagar un cigarrillo en un pezón o arrancarse las uñas con una tenaza, había sentido a la sal y al limón penetrar en el corte de una navaja.
Ningún dolor le era ajeno, su cuerpo lleno de cicatrices así lo atestiguaba, a veces se sometía al mismo tratamiento que sus víctimas, incluso a la par con el sólo objetivo de tener la medida exacta del sufrimiento.
Trabaja solo, nadie soportaba su compañía ni él tampoco soportaba a nadie. Se diría que lo suyo era un ritual íntimo, en donde él también purificaba sus pecados a través del sufrimiento. Su dedicación era casi tan absoluta como su soledad, alguna vez hubo mujer e hijos pero ya no .Había emprendido un camino sin retorno.
Así fue como fiel a sus costumbres mojó a al víctima con agua helada y se dispuso a comenzar.
De a poco le fue quitando la poca ropa que llevaba y a su vez se fue desnudando él.
La víctima permanecía en silencio no se atrevía a pronunciar palabra ni a emitir quejido , sabía que cualquier demostración de sentimientos enardecía a sus captores, no era la primera vez que pasaba por esto, hacía unos quince días que la habían llevado allí. En todo este tiempo nada había dicho, pero por una sencilla razón, nada sabía.
No había motivos para que estuviese allí, lo repetía cada vez que podía, pero nadie le hacía caso, hasta que al final había optado por callar, por no hablar más.
Por eso es que los interrogatorios eran cada vez más violentos, más terribles Sólo hablaba cuando el dolor la enloquecía, confiaba sin tener motivos para ello, que la rescatarían, que alguien en algún momento descubriría el error que estaban cometiendo con ella.
Durante la primera hora no hubo preguntas, la electricidad arqueaba el cuerpo de la muchacha de manera periódica, hasta el punto que comenzaron las convulsiones y los vómitos.
Los líquidos se acumularon en la capucha y comenzaron a ahogarla, Vidal se vio obligado a aflojar cordón que estaba anudado al cuello para que el vómito cayera y él pudiera seguir trabajando.
Aprovechó el descanso para comenzar el interrogatorio, mediante un micrófono que procesaba la voz y la distorsionaba haciéndola más gutural.
_Hable compañera, la escuchamos.
La muchacha comenzó a contar a gritos su historia de siempre, pero Vidal no la dejó terminar, comenzó a quebrarle los dedos de las manos a martillazos y a arrancarle las uñas.
Increíblemente la víctima aullaba de dolor, pero seguía repitiendo la misma historia pero ya de una manera ininteligible.
Antes de comenzar de nuevo Vidal se volvió a dirigir nuevamente hacia la muchacha.
_¿ Y Compañera ,para cuando?
Esto era diferente a todo que había experimentado jamás, estaba atontada, perdía la conciencia , y la recuperaba a golpes de agua fría, cuando de pronto comenzó a sentir que su interior se desgarraba y que lo estaba por expulsar por la boca .
Vidal vio como los vómitos la iban a matar antes e tiempo, así que decidió saltarse el protocolo y sacarle la capucha aún a riesgo de que alguna vez pudiera identificarlo
No debió hacerlo nunca, hay cosas que ni siquiera los tipos como él deben ver.
Salió disparado de la habitación como si hubiera visto al mismo demonio, fue resbalando por el piso mojado hasta estrellarse contra el ventanal para caer luego hacia el patio .Cayo enroscado entre las cortinas y dio contra un tolde de la planta baja, quedó cuadriplégico a causa de los golpes, la muchacha tuvo mejor suerte murió dos minutos después de que su padre saltara por la ventana.

miércoles, noviembre 18, 2009

El azar

A menudo cuando estoy impregnado de crisis económica y mi cabeza no que me permite la esperanza de una vida mejor, la fantasía me tiende un puente y comienzo a imaginar lo maravilloso que sería ganarme un premio importante en la lotería.
Así es que me transporto al universo mágico de tener mi vida económica, absolutamente resuelta .Cuando eso ocurre me invade una tranquilidad arrolladora, que es semejante al sentimiento producido por un abrazo materno durante la niñez, esa tierna sensación de seguridad y esa percepción que nada malo podrá ocurrirnos mientras el abrazo dure. De esa manera la ficción abraza a mi alma desnuda y por unos instantes cesa la sensación de agobio.
No es un hecho premeditado sencillamente ocurre .Suele pasarme mientras conduzco , en particular cuando son recorridos mas o menos largos y no hay demasiada prisa por llegar .Es en ese momento que mi cabeza se parte en dos, una está atenta en el camino y la otra me sumerge en esos pensamientos agradablemente melosos.
De esa manera me encuentro despidiéndome de mi actual trabajo, con una sonrisa de satisfacción y sin contarle a nadie la razón real de mi partida, degustando la solitaria satisfacción de quien sabe que la suerte juega por una vez de su lado, transformando ese momento en una victoria íntima y secreta.
Me imagino tendiendo una mano a todos los que siempre me han ayudado, me imagino comprando el tiempo de las cosas postergadas por la falta de tiempo. Me imagino viajando a esos lugares necesarios, me imagino….
Y de esa manera mi ánimo cambia, la cabeza se me llena de sensaciones agradables y disfruto de un instante de calma.
Fue en uno de esos momentos, al finalizar un viaje que pensé en jugar el mi número, en el sitio de siempre, como para tentar al azar.
Aparque el coche, baje de él, y al cabo de un instante subí nuevamente con el billete en mi bolsillo para dirigirme relajadamente hacia mi casa.



…. Las manos me tiemblan como siempre, ansiosas de que esto terminara pronto. No es la primera vez que lo hago ni tampoco será la última, así y todo no me acostumbro.
Listo, el coche se abre sin problemas, cojo la maleta y a salir pitando. ……Mierda, ahí vuelve el gilipollas… tranquilo… no pasa nada, viene distraído, no se da cuenta, me pasa por delante y ni se fija en mí.
Me subo a mi coche, espero que se marche, estoy hecho polvo, bañado en sudor, por los pelos no me pillaron….tuve suerte.

378


Cuando el sol se escondió por primera vez ante los ojos de un hombre y sobrevino la oscuridad negra y espesa, esa que ahora nos sería imposible de imaginar, sintió terror.
Este miedo inmenso hizo que intentara tratar de predecir la llegada de la noche para que la ausencia de luz no lo tomara por sorpresa. De esa forma aprendió que al período de luz lo sucedía el de la oscuridad y comenzó a medir y administrar el paso del tiempo.
Así fue que inventó los relojes, los calendarios, logró convertir el tiempo en oro y transformarlo en plusvalía, lo asoció a complicados procesos de contracción y expansión del universo pero nunca pudo impedir que a cada período de luz lo sucediera uno de oscuridad.
No tuvo más remedio que engañarse a sí mismo he inventó el fuego, la vela, la lamparilla eléctrica, los tubos fluorescentes, las lámparas dicroicas, las alógenas y de esa forma venció a la oscuridad.
Pero increíblemente esa victoria no lo llenó de alegría sino que comprobó que al llegar la noche aún seguía sintiendo temor, mirando ya no en el exterior si no en su interior pudo ver aquella oscuridad negra y espesa similar a la que debe haber visto el primer hombre por primera vez, y supo que en realidad nunca había temido a la oscuridad si no a la muerte.
Como sabía que la batalla estaba perdida de antemano, decidió volver a engañarse y se puso a trabajar inventando conceptos que lo alejaran de ese temor. Así que inventó una serie de ideas encadenadas, de esa manera surgió el sexo que traería al amor, que nos conduciría a la alegría. Pero la más maravillosa de todas sería la felicidad, a esta idea le dio la categoría de utopía, de esa manera no estaría obligado a alcanzarla pero nunca renunciaría a buscarla y todas las penas que le sobrevinieran en ese camino de búsqueda estarían compensadas, con sólo imaginar su proximidad. Y mientras tanto, entretenido, se iría acercando al final casi sin darse cuenta.
De todas maneras como sabemos la historia no fue tan sencilla, no se sabe cuándo, ni cómo, ni por qué, pero fatídicamente ocurrió, a alguien se le ocurrió inventar la inmortalidad. A partir de allí la historia ya fue otra.

Esperando Al Pampero




Lo que me ocurre es que a partir de los sesenta días de calor sostenido, veintiocho grados a las ocho de la mañana, comienzo a tener unos sueños extraños.
Sueño que un viento fresco me envuelve, que lluvia me moja. Me despierto empapado en sudor, sin saber donde me encuentro y con la necesidad imperiosa de que llegue el Pampero. Así es que como un autómata tomo la escalera del armario me dirijo a la terraza, me subo a ella , me siento en el último escalón y mirando al sur me pongo a mirar el horizonte.
Mi vista sigue clavada en el horizonte, desde aquí veo el mar, pero ni rastros de nubes, me esfuerzo pero nada.
Por lo general intento que esto sea un acto solitario y silencioso, a horas en las que nadie ve, pero no siempre lo logro.
Mi hija me mira desconcertada, no sabe en realidad que me pasa, no entiende mi manía de poner la escalera en la terracita del apartamento subirme a ella y mirar al sur buscando nubes.
Creo que le asusta esa actitud mía. Debe pensar que es una especie de locura senil o algo así. Me mira extrañada pero no se anima a preguntarme nada, debe temer que mi respuesta confirme sus sospechas.
Por otra parte de nada serviría tratar de explicarle ya que era demasiado pequeña cuando emigramos.
Es ahí cuando un poco abochornado, me bajo de la escalera, la vuelvo a guardar en el armario y sin hacer comentario vuelvo a mis tareas habituales